En 1919 se produjo una de las huelgas más importantes en la historia de España con repercusiones mundiales, la huelga de “La Canadiense”. Esta huelga canalizó todo el malestar existente entre los trabajadores, provocando un estallido de unión y solidaridad obrera, de modo que la huelga se extendió a todo el sector y terminó provocando una huelga general. Tras meses de lucha, y 44 días de huelga, varios sectores de trabajadores consiguieron mejoras salariales y forzaron al gobierno de España a regular por ley la jornada de 8 horas diarias, convirtiéndose, tras la Rusia soviética, en el primer país de Europa Occidental en hacerlo.
Más de 100 años después, la jornada laboral sigue estancada en 8 horas diarias. Teniendo en cuenta que la productividad ha aumentado a velocidad vertiginosa en el último siglo, esto es, que por cada hora de trabajo se produce mucha más riqueza que antes, es lamentable que llevemos más de un siglo estancados con la jornada laboral de 40 horas semanales.
Pero, ¿en qué se traduce la mejora de la productividad en el sistema capitalista?
Si aumenta la productividad, aumenta la creación de riqueza por unidad de tiempo. Es decir, en el mismo lapso se produce más. En un sistema productivo coherente, esto sería una gran noticia para la humanidad, puesto que la mayor riqueza por hora trabajada se traduciría en una mayor riqueza para el género humano ─siempre y cuando los medios de producción, las empresas, estuvieran al servicio del ser humano (mediante la propiedad social de las empresas) y, por tanto, la riqueza producida fuese en beneficio de la totalidad de la sociedad y no en beneficio de una minoría avara y explotadora, los empresarios, que únicamente buscan su lucro particular─ y, por tanto, también implicaría una reducción constante de la jornada laboral sin perder por ello riquezas ni puestos de trabajo. En cambio, lo que debería ser un motivo de progreso humano y social, el sistema capitalista lo convierte en renovadas formas de aumento de la explotación. Bajo el capitalismo, al aumentar la productividad, aumenta el “ejército industrial de reserva”, es decir, los trabajadores que son susceptibles de ser expulsados del tejido productivo porque al capital les sobra. Además, esta presión en el aumento de los trabajadores en paro, genera una competencia por los cada vez más escasos puestos de trabajo disponibles, lo que hace que los salarios bajen.
Teniendo en cuenta que estamos en el desarrollo de una nueva revolución tecnológica, con la irrupción del IoT (Internet of Things), la robótica, la inteligencia artificial e incluso la computación cuántica, se generará una explosión en la automatización de procesos. Esto, salvo que la clase obrera esté en su sitio, disparará las tasas de paro y los salarios a la baja, puesto que el capital necesitará cada vez menos trabajadores que creen la riqueza que una ínfima minoría se apropiará. El motor del capitalismo es el beneficio, por tanto, la tendencia natural del capital es desposeernos de todo, de modo que hasta la vivienda deba ser compartida con desconocidos (lo que ahora llaman “coliving”). Esto no es ningún secreto oculto ni ninguna conspiración, el propio sistema (consciente de ello) ya nos lo dice a la cara con el lema “no tendrás nada y serás feliz”, impulsado por la ONU y el Foro Económico Mundial:
En realidad, no poseeremos nada porque todo será posesión privada de un exclusivo grupo de financieros.
Compañero/a, con esto no estamos transmitiendo un mensaje pesimista, todo lo contrario. Somos los trabajadores los que creamos toda la riqueza de la sociedad y hemos desarrollado las bases materiales, con nuestro trabajo e ingenio, para esta revolución tecnológica que se está llevando a término, donde cada vez se produce más riqueza (a pesar de que son los inversores y demás capitalistas quienes se apropian de dicha riqueza). Por tanto, esta realidad debe empujar a la clase obrera a conquistar ese desarrollo tecnológico, a hacer que esa revolución tecnológica, la automatización y la robotización, enriquezca a una minoría y condene a la miseria a una vez más vasta capa de la humanidad, de la clase obrera, de tal manera que hay que luchar porque ese ingente progreso tecnológico se convierta en progreso social para la humanidad. Estamos en un momento donde o los trabajadores nos organizamos y unimos en socializar el desarrollo tecnológico, convertirlo en progreso social - de tal modo que redunde en el incremento de la calidad y esperanza de vida de la humanidad, de proyectar el incremento de la productividad y de la riqueza en el bienestar de la humanidad y no en el bolsillo de una pequeña camarilla de chupasangres que viven de nuestro trabajo y de millones de vidas humanas. Y en este sentido, la reducción de la jornada de trabajo no sólo es viable, sino necesario, ese es el progreso social, mejorar las condiciones de vida de la mayoría y el incremento de la productividad hoy ya permite la reducción de la jornada laboral. Es evidente que, mientras la humanidad, la clase obrera, esté despojada de la propiedad de las empresas, del desarrollo tecnológico que ella ha creado, la robotización tendrá efectos perniciosos para la mayoría.
Por tanto, hay que invertir esta situación, hay que convertir el desarrollo tecnológico en progreso social, y ello solo puede ser materializado por la clase obrera, mediante la organización y la lucha obrera por conquistar el progreso social, por arrasar a las viejas relaciones de producción - la privatización de los medios de producción, del desarrollo tecnológico - y construir relaciones de producción nuevas, donde la humanidad sea la dueña y la beneficiaria del progreso tecnológico y éste esté al servicio de la mejora de vida y el progreso del conjunto de la humanidad.
La lucha de los trabajadores de “La Canadiense” fue histórica y sin duda marcó un hito más que demuestra que, por un lado, las mejoras laborales reales son posibles, y por otro, que dichas mejoras no caen del cielo, ni son concedidas por la buena voluntad del empresario que es egoísta y depredador. Las mejoras reales se consiguen con organización y con lucha obrera.
Es hora de que hagamos historia, de que volvamos a crear un hito no sólo para mejorar nuestras condiciones de vida, también para que sirva de ejemplo para las generaciones venideras, y que estas entiendan que con organización y lucha todo es posible, porque lo cierto es que la clase obrera es la que crea toda la riqueza de la sociedad.
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